Cómo es posible que el otoño climatológico comience, este año, antes que el de toda la vida, me pregunto. El otoño expositivo de Eustaquio Segrelles se inicia cuando entramos en frío. Esa cita es periódica, anual, vital. Quehacer del artista es trabajar anticipadamente, preparar la exposición. El santuario del pintor, su estudio, es la fábrica donde se gestan los cuadros. Un cuadro es una historia. Al menos, esto se conserva en los artistas figurativos.
Porque, si de arte hablamos, se abren dos vías por las que circulan unos u otros. Artista, pintor, dibujante, no es cualquiera. Arte superior es un grado, que ni en sueños roza la abstracción. En un símil, es como hablar sin palabras, solo con gestos, aunque surta un efecto. La medida perfecta, es el canon, simple y llanamente. Lo demás serán desviaciones, interpretaciones, caminos, senderos. Todos ellos al borde del Arte. Al borde del precipicio. La caída al vacío sobreviene ante la incapacidad, y la dificultad.
Otoño para filosofar, refresca para pensar, sin el agobio del duro verano, caluroso, extremo, el cual, por estos pagos, quita las ganas de pintar y de soñar. Ese es el motivo de que los planes se comiencen en otoño, con el inicio del curso, sin esperar a la primavera. Cuatro estaciones tiene el año. Y, este septiembre caducará, como toda la vida...
¡Se gastan los pinceles, de usarlos, se gastan, porque ya no se fabrican como antes! Por ello, el Maestro necesita renovarlos, para mantener un nivel estremecedor, de genio, de artista de verdad, que no renuncia a la pureza de las formas, a un realismo, a decir en sus cuadros y con ellos. ¡Artistas de verdad hay pocos!
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